martes, 8 de noviembre de 2011

Para una versión del "I King"


El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro,
Pero en algún recodo de tu encierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Jorge Luis Borges

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Tao llega a Occidente



La prolongación del acto sexual ya no es cuestión de altruismo, sino algo que se hace para beneficio de ambos participantes. Hoy en día, el objetivo es tanto maximizar el disfrute de todo el acto como llegar a su momento culminante.

Esto constituye ciertamente una buena noticia para la sociedad occidental, pues la armonia social en general comienza en la alcoba. Tal como adujeron Freud y Jung, la mayoría de las formas de crimen y de conducta antisocial tiene su causa en alguna clase de frustración o disfunción sexual.

Así pués, quienes aprenden el Tao y lo practican en su alcoba contribuyen de forma correcta y duradera a la armonía del Yin y del Yang a gran escala, y favorecen el orden social y la paz mundial al mismo tiempo que favorcen su propia salud y felicidad.

Del libro "El Tao de la salud, el sexo y la larga vida" Daniel Reid.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Algo sobre el amor


EL AMOR
Por MEHER BABA


El amor llena el universo
La vida y el amor son inseparables. Donde hay vida, hay amor. Incluso la consciencia más rudimentaria procura desprenderse de sus limitaciones para experimentar algún tipo de comunión con otras formas. Aunque cada forma es independiente de las demás formas, en realidad todas ellas son formas de una misma unidad que es la vida. El sentido latente de esta realidad interna oculta, busca, indirectamente, su desquite en el mundo imaginario por medio de la atracción que unas formas sienten por otras.

El amor en la naturaleza inerte
La ley de la gravitación a la que todos los planetas y estrellas se hallan sometidos, es, a su modo, un pálido reflejo del amor que llena todas y cada una de las partes del universo. Incluso las fuerzas de repulsión no son, en realidad, sino manifestaciones del amor, puesto que las cosas se repelen entre sí porque la atracción que otras ejercen sobre ellas es más poderosa. La repulsión es una consecuencia negativa de la atracción positiva. Las fuerzas de la cohesión y de la afinidad, que prevalecen en la misma constitución de la materia, son manifestaciones positivas del amor. En este plano tenemos un ejemplo asombroso del amor en la atracción ejercida por el imán sobre el hierro. Todas estas formas del amor pertenecen a su categoría más baja, porque están condicionadas necesariamente por la consciencia rudimentaria en la que se plasman.

El amor en el mundo animal
El amor se hace más explícito en el reino animal al adoptar la forma de unos impulsos conscientes que se dirigen hacia diversos objetos situados en el entorno. Se trata de un amor instintivo que se manifiesta a través de la satisfacción de diversos apetitos, por medio de la apropiación de los objetos correspondientes. Cuando un tigre quiere devorar al ciervo está enamorado del ciervo en un sentido muy realista. La atracción sexual constituye otra forma del amor en este plano. Todas las manifestaciones del amor que se realizan en este plano poseen una característica común, es decir, todas ellas persiguen la satisfacción de algún impulso somático o apetito por medio del objeto del amor.


El amor humano debe adaptarse a la razón
El amor de los humanos es muy superior a todas estas manifestaciones inferiores del amor, debido a que son precisamente los seres humanos los que están dotados de una consciencia enteramente desarrollada. Si bien el amor humano ofrece, en cierto modo, una continuidad con las formas infrahumanas del amor, se diferencia de aquéllas. Sin embargo, porque su actividad se desarrolla en su plano junto con la de otro factor que es la razón. A veces el amor humano se manifiesta como fuerza divorciada de la razón y discurre por una vía paralela. Otras veces se manifiesta como una fuerza que se inmiscuye en la razón y acaba entrando en conflicto con ella. Por último, existe el amor humano que se manifiesta como parte constitutiva del todo armónico, en el que el amor y la razón se equilibran y se funden en una unidad integral.

Tres combinaciones del amor con la razón
El amor humano puede intervenir en tres posibles combinaciones con la razón. En la primera, la distancia que media entre los planos de la razón y del amor es máxima, hasta el punto de que el plano del amor está prácticamente vedado a la razón, en tanto que el amor no tiene o casi no tiene acceso a los objetos propios del pensamiento. Naturalmente, no es posible conseguir una separación absoluta entre estos dos aspectos del espíritu. Sin embargo, cuando el amor y la razón actúan alternadamente (con predominio alterno de uno u otra) nos encontramos ante un amor que no está iluminado por la razón o ante una razón que no está animada por el amor.
En la segunda combinación, el amor y la razón operan simultáneamente, pero sin armonía entre los mismos. Pese a la confusión que este conflicto nos depara, constituye, no obstante, una fase previa necesaria para alcanzar el estado superior en el que se produce la auténtica síntesis entre amor y razón. En el tercer grado del amor, se realiza la síntesis de ambos, con la consiguiente transformación del amor y de la razón que precipita la aparición de un nuevo plano de la consciencia que, en relación con la consciencia humana normal, puede definirse como súper consciencia.

Variedad cualitativa en el amor
El amor humano hace su aparición en el marco de la consciencia del ego que está animado por apetitos innumerables, por lo que el amor está matizado por estos factores en muchos aspectos. Por lo mismo que en el caleidoscopio observamos una constante variación de formas por obra de las distintas combinaciones de los elementos más simples, en el campo del amor también tropezamos con una variedad cualitativa casi ilimitada, debido a la multiplicidad de las posibles combinaciones de los diferentes factores. Análogamente, por lo mismo que las tonalidades de los colores de las flores son infinitas, también en el amor humano existen múltiples diferencias delicadas.

Las formas inferiores del amor
El amor humano está rodeado por una serie de factores que son otros tantos obstáculos, tal como la pasión, la lujuria, la codicia, la ira y los celos. En cierto sentido, incluso estos factores obstructivos no son sino formas de amor inferior o consecuencias secundarias inevitables de esas formas inferiores del amor. Pasión, lujuria y codicia pueden ser consideradas como formas corrompidas e inferiores del amor. Cuando siente una pasión, el individuo está enamorado de un objeto sensual; cuando experimenta la lujuria siente un apetito de sensaciones relacionadas con aquél; con la codicia anhela su posesión. De las tres formas del amor inferior, la codicia propende a pasar del objeto original a los medios necesarios para hacerse con él. En consecuencia, el individuo codiciará el dinero, el poder o la fama, que pueden ser los instrumentos para llegar a la posesión de los distintos objetos que anhela tener. La ira y los celos surgen cuando existe el peligro de frustración o hay frustración de las formas inferiores del amor.

Las formas inferiores del amor son enemigos de las formas superiores
Las formas inferiores del amor impiden la libre expansión del amor puro. El flujo del amor nunca podrá ser nítido y constante mientras no logre desprenderse de todas estas formas limitativas y corruptoras del amor inferior. Las formas inferiores son enemigas de las superiores. Cuando la consciencia se encuentra prisionera del grado inferior, es incapaz de liberarse de las trabas que ella misma creó, y le es difícil emanciparse para proseguir su avance. En consecuencia, el amor de inferior categoría sigue estorbando el desarrollo de la categoría superior, por lo que es preciso renunciar a él, para permitir la libre aparición del amor de categoría superior.

El amor y la pasión
El amor superior puede surgir de la cápsula del amor inferior si nos dedicamos constantemente a la práctica de la discriminación. Para ello es preciso distinguir con muchísimo cuidado entre el amor auténtico y los factores obstructivos como son la pasión, la lujuria, la codicia y la ira. En la pasión, el individuo es una víctima pasiva de la atracción ilusoria ejercida por el objeto. En el amor se da una valoración activa del valor intrínseco del objeto del amor.

El amor y la lujuria
El amor es, también, distinto de la lujuria. La lujuria supone una confianza en un objeto sensual, con la consiguiente subordinación espiritual de sí mismo en ella. En cambio, el amor pone a la persona en contacto directo y en relación de coordinación con la realidad que existe detrás de la forma. De ahí que la lujuria sea opresiva, en tanto que el amor es liviano. La lujuria da lugar a una contracción de la vida, en tanto que el amor produce una expansión del ser. El hecho de haber amado a otro equivale a sumar otra vida a la propia. Tu vida aparece entonces multiplicada y vives vir­tualmente en dos centros. Si amas al mundo entero, vives, por extensión, en la totalidad del mundo. Sin embargo, la lujuria produce una debilitación de la vida, con la consiguiente sensación generalizada de irremediable dependencia respecto a una forma que se considera como distinta. Por consiguiente, la lujuria provoca un incremento de la separación y del sufrimiento, mientras el amor aporta la sensación de unidad y alegría. Lujuria es disipación, amor es re-creación. Lujuria es el apetito de los sentidos, amor es la manifestación del espíritu. La lujuria busca la satisfacción, el amor experimenta la satisfacción. En la lujuria hay excitación, en el amor hay calma.

El amor y la codicia
El amor se distingue también de la codicia. La codicia es el apetito de la posesión en todas sus formas, tanto si son groseras como si son sutiles, porque persigue la posesión tanto de las cosas y de las personas groseras, como de cosas tan abstractas e intangibles como pueden ser la fama y el poder. En el amor no puede haber duda sobre el hecho de la incorporación de la otra persona a nuestra propia vida individual, con lo cual se produce un brote libre y creador que anima y calma el ser del amado, independientemente de cualquier recompensa. Entonces nos encontramos ante la paradoja de que la codicia, que persigue la posesión de otro objeto, nos lleva, en realidad, a lo contrario, porque pone al ser bajo la tutela del objeto. Mientras que el amor, que aspira a la entrega del ser al objeto, nos lleva, en realidad, a la incorporación espiritual del amado al propio ser del amante. En la codicia, el ser trata de hacer suyo el objeto, pero es poseído por el segundo. En el amor, el ser se ofrece al amado sin reservas, pero mediante ese mismo acto se encuentra con que ha incorporado al amado a su propio ser.

La gracia despierta el amor puro
Pasión, lujuria y codicia constituyen otras tantas enfermedades espirituales que a menudo se agudizan por la presencia de los síntomas agravantes de la ira y de los celos. El amor puro, en agudo contraste, es el florecimiento de la Perfección espiritual. El amor humano está coartado de tal forma por esas condiciones limitativas, que la aparición espontánea del amor puro desde el interior resulta imposible. Por con siguiente, la aparición del amor puro en el aspirante es siempre un don. El amor puro brota del corazón del aspirante como la consecuencia de la bajada de la gracia desde un Maestro Perfecto al mismo. Una vez que el amor puro llega como un don de un Maestro Perfecto, se aloja en la consciencia del aspirante como la semilla en suelo fértil. Con el transcurso del tiempo, la semilla se transforma, primero en una planta, y luego en un árbol plenamente desarrollado.

Preparación espiritual para la gracia
De todos modos, la llegada de la gracia del Maestro depende de la anterior preparación espiritual del aspirante. Dicha preparación previa para la gracia no concluye hasta que el aspirante ha conseguido incorporar a su acervo espiritual ciertos atributos divinos. Cuando alguien procura no mur­murar y se preocupa más de las buenas cualidades de los demás que de las malas, practica la suprema tolerancia y desea para los demás el bien, incluso a costa de si mismo, está preparado para recibir la gracia del Maestro. Uno de los mayores obstáculos para la preparación espiritual del aspirante es la preocupación. Cuando, mediante un esfuerzo supremo, consigue superar el obstáculo de la preocupación, se abre ante él el camino para cultivar los atributos divinos, que constituyen la preparación espiritual del aspirante. En el momento en que el discípulo está preparado, desciende sobre él la gracia del Maestro, porque el Maestro, que es el océano del amor divino, siempre está alerta para cuidar el alma en la que su gracia va a fructificar.

El amor puro es muy poco frecuente
El tipo de amor que despierta la gracia del Maestro es un raro privilegio. La madre que está dispuesta a sacrificarlo todo y a morir por su hijo, o el mártir que está dispuesto a dar su vida por su patria, son, sin duda, otros tantos ejemplos de nobleza suprema, pero eso no quiere decir que hayan gustado del amor puro que nació por la gracia del Maestro. Ni siquiera los grandes yoguis que se sientan en sus cuevas y en los altos de las montañas y se hallan totalmente ensimismados en un profundo samadhi (éxtasis meditativo) no disfrutan necesariamente de ese maravilloso amor.

El amor puro supera toda disciplina
El amor puro, suscitado por toda la gracia del Maestro, vale mucho más que cualquier otro estímulo del que pueda valerse el aspirante. Este amor no sólo encierra en si mismo los méritos de todas las disciplinas, sino que además supera a todas en cuanto a su eficacia para conducir al aspirante hacia su meta. Desde el instante en que nació este amor, el aspirante sólo siente un deseo: el de unirse al divino Amado. La renuncia de la consciencia a todos los demás apetitos le lleva a la pureza infinita, por lo que no hay nada mejor que este amor para purificar al aspirante. El aspirante está siempre dispuesto a ofrecerlo todo por el divino Amado, por lo que ningún sacrificio le resulta difícil. Todos sus pensamientos vuelven la espalda al yo y se concentran exclusivamente en torno al divino Amado. Mediante la intensidad de este amor siempre creciente puede llegar a romper las cadenas del yo y unirse al Amado. En esto consiste la consumación del amor. Cuando el amor encuentra así su goce, se convierte en divino.

El amor divino y humano
El amor divino es distinto del amor humano desde el punto de vista cualitativo. El amor humano se dirige hacia la pluralidad en el Uno, en tanto que el amor divino se dirige hacia el Uno en la pluralidad. El amor humano nos conduce a complicaciones innumerables, en tanto que el amor divino nos lleva a la integración y a la libertad. En el amor divino el aspecto personal y el impersonal están en perfecto equilibrio; en cambio, en el amor humano ambos aspectos alternan en su preponderancia. Cuando predomina la dimensión personal en el amor humano, sobreviene una ceguera total respecto al valor intrínseco de las demás formas. Cuando en el amor, como en el caso del sentido del deber, domina lo impersonal, éste suele convertir al individuo en una persona fría, rígida y mecánica. El sentido del deber es para el individuo una coacción externa sobre el comporta­miento, pero para el amor divino sólo hay libertad sin restricciones y espontaneidad sin trabas. El amor humano es limitado, tanto en su dimensión personal como en la impersonal; el amor divino, gracias a la fusión de sus dimensiones personal e impersonal, es infinito en su ser y en su manifestación.

En el amor divino el amante se une al Amado
Aún el amor humano más elevado se somete a las limitaciones de la naturaleza individual, que se prolonga hasta el séptimo plano de la involución de la consciencia. El amor divino surge cuando desaparece la mente individual y se emancipa de las trabas de la naturaleza individual. En el amor humano subsiste la dualidad del amante y del amado, en tanto que en el amor divino amante y Amado se confunden en uno solo. Al llegar a esta fase, el aspirante ha abandonado ya el campo del dualismo y se confunde con Dios, porque el Amor Divino es Dios. Una vez que el amante y el Amado se confunden en uno solo, estamos ante el fin y el principio.

El universo nació para el amor
Por el amor nació el universo entero y por el amor sigue subsistiendo. Dios desciende al reino de la Ilusión, porque la dualidad aparente entre Amado y amante contribuye eventualmente al goce por Su parte de Su propia divinidad. El desarrollo del amor está condicionado y apoyado por la tensión del dualismo. Dios tiene que sufrir una diferenciación aparente en una pluralidad de almas, para seguir adelante con el juego del amor. Estas constituyen Sus propias formas, por lo que inmediatamente asume los papeles del divino Amante y del divino Amado. Por su calidad de Amado, El es el objeto real y último de su apreciación. Por su calidad de Amante divino, El es su salvador real y último, que las revierte a Sí mismo. Por con siguiente, aunque el mundo del dualismo no es más que una ilusión, esa ilusión surge para un fin que posee un significado.

La dinámica del amor
El amor es el reflejo de la unidad de Dios en el mundo del dualismo. Si se excluye el amor de la vida, todas las almas que hay en el mundo serán ajenas a las demás y cualquier contacto en un mundo desprovisto de amor sólo puede ser superficial y mecánico. En efecto, sólo mediante el amor pueden los contactos y relaciones entre las almas individuales adquirir algún significado. Es el amor el que proporciona un significado y un valor a todo lo que sucede en el mundo del dualismo. Ahora bien, el amor proporciona un significado al mundo del dualismo, pero a la vez plantea también un reto permanente al dualismo. A medida que el amor se fortalece, provoca una inquietud creadora y se convierte en la fuerza principal de la dinámica espiritual que consigue, en última instancia, restablecer la consciencia de la unidad original del Ser.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Amor


Mustafa ´Alî


... Ven al jardín, y allí húrtale al ruiseñor el secreto del Amor. Ven a la asamblea y Hâfez te enseñará el secreto de los cantos inmortales…
"Hâfez es el más delicado y más refinado de los poetas persas; nadie puede permanecer insensible ante la bella y estremecedora melancolía de sus ghazales. Hâfez es un hombre simple y verdadero, magníficamente dotado para el canto lírico, y su amor, tan raramente un triunfo y tan a menudo una tortura, es el de un hombre que conoció todas la peripecias de lo que el llama el “viaje”, la carrera, sin meta aparente, que va de la primera sonrisa a las lágrimas del último adiós"

Charles Devillers

jueves, 8 de julio de 2010

El espíritu del zen


El espíritu del Zen

Hasta hace poco tiempo el Budismo Zen era casi totalmente desconocido en Occidente, con excepción de unos pocos orientalistas cuyo interés por el tema era principalmente académico. [...]

El Zen es tan definidamente distinto de cualquier otra forma de Budismo, y hasta podría decirse de cualquier otra forma de religión, que ha provocado la curiosidad de muchos que normalmente no hubieran pensado en mirar hacia Oriente en busca de sabiduría práctica.

Una vez que se provoca curiosidad, no es fácil aplacarla, pues el Zen ejerce una particular fascinación sobre las cansadas mentes de la religión y la filosofía convencionales. Desde un comienzo el Zen se aparta de toda forma de teorización, instrucción doctrinaria y formalidades desprovistas de vida; éstas son tratadas como simples símbolos de la sabiduría, y el Zen está fundado en la práctica y en una experiencia íntima, personal, de la realidad que la mayoría de las formas de la religión y la filosofía no encaran más que como una descripción emocional e intelectual. No se quiere decir con eso que el Zen es el único camino verdadero que lleva a la iluminación; se ha dicho que la diferencia entre el Zen y otras formas de religión reside en que ‘todos los otros caminos trepan lentamente por las laderas de la montaña, pero el Zen, al igual que un camino romano, arroja a los lados todos los obstáculos y se mueve en línea recta hacia la meta’. Después de todo, los credos, los dogmas y los sistemas filosóficos son solamente ideas acerca de la verdad, del mismo modo que las palabras no son hechos sino que hablan acerca de los hechos; mientras que el Zen es una vigorosa tentativa de ponerse en contacto directo con la verdad misma, sin permitir que teorías y símbolos se yergan entre el conocedor y la cosa conocida. En cierto sentido el Zen es sentir la vida en lugar de sentir algo acerca de la vida; no muestra ninguna paciencia hacia la sabiduría de segunda mano, hacia la descripción que haga cualquier persona sobre una experiencia espiritual, o las meras concepciones y creencias. Si bien la sabiduría de segunda mano es valiosa como cartel que señala el camino, con demasiada facilidad se la confunde con el camino mismo, y hasta con la meta final. Son tan sutiles las formas en que las descripciones de la verdad pueden presentarse como la verdad misma, que el Zen es con frecuencia una forma de iconoclastía, una destrucción de las simples imágenes intelectuales de la realidad viviente, cognoscible solamente a través de la experiencia personal.

Pero es en sus métodos de instrucción donde el Zen es único. No hay en él enseñanza doctrinaria, ningún estudio de escrituras, nada de programas formales de desarrollo espiritual. Aparte de unas pocas recopilaciones de sermones de los primeros maestros Zen, que son las únicas tentativas de una exposición racional de sus enseñanzas, la casi totalidad de nuestros antecedentes de la instrucción Zen son un número de diálogos (mondo) entre los maestros y sus discípulos que parecen dedicar muy poca atención a las normas usuales de la lógica y el razonamiento sano, a punto tal que aparecen a primera vista como carentes de sentido. [...]

Pero el Zen no trata de ser inteligible, es decir, de poder ser comprendido por el intelecto. El método del Zen es desconcertar, excitar, intrigar y agotar al intelecto hasta que se perciba que la intelección es solamente acerca de; habrá de provocar, irritar y volver a agotar a las emociones hasta que se vea claramente que la emoción es solamente sentir acerca de , y luego discurrir, cuando el discípulo haya sido sometido a una impasse intelectual y emocional, sobre cómo salvar la brecha que existe entre el contacto conceptual de segunda mano con la realidad y la experiencia de primera mano. Para lograr esto pondrá en juego una facultad más elevada de la mente, conocida como intuición o Buddhi, denominada en ocasiones ‘Ojo del Espíritu’. Resumiendo: el Zen aspira a concentrar la atención sobre la realidad misma, en lugar de hacerlo sobre nuestras reacciones intelectuales y emocionales ante la realidad; siendo la realidad ese algo siempre cambiante, siempre creciente, que conocemos como ‘vida’, que jamás se detiene ni por un instante para que nosotros la hagamos encajar satisfactoriamente dentro de un rígido sistema de casilleros e ideas.

Es así como cualquiera que haga la tentativa de escribir sobre Zen, tiene que enfrentarse con dificultades insólitas: no puede jamás explicar, sólo puede indicar; tan sólo puede ir planteando problemas y proporcionando indicios que, cuando mucho, apenas alcanzaran a acercar al lector a la verdad, pero en el mismo instante en que trata de llegar a una definición exacta, la cosa se le desliza de las manos, y la definición termina siendo nada más que una concepción filosófica.

Alan Watts

jueves, 24 de junio de 2010


Receptividad

Escuchar es uno de los secretos básicos para entrar en el templo de Dios. Escuchar significa pasividad. Escuchar significa olvidarte de ti completamente. Sólo entonces puedes escuchar.

Cuando escuchas atentamente a alguien, te olvidas de ti mismo. Si no te puedes olvidar de ti mismo, nunca escucharás. Si eres demasiado auto consciente de ti mismo, simplemente aparentas que estás escuchando, pero no escuchas. Puedes asentir con la cabeza; puedes algunas veces decir sí o no, pero no estás escuchando.

Cuando escuchas, tu te conviertes simplemente en un canal, en una pasividad, en una receptividad, en una matriz: te vuelves femenino. Y para "llegar", uno tiene que volverse femenino. Tu no puedes llegar a Dios como invasor agresivo, como conquistador. Solamente puedes llegar a Dios... o es mejor decir: Dios puede llegar a ti solamente cuando eres receptivo. Cuando te conviertes en Yin, en una receptividad, la puerta se abre. Y tú esperas. Escuchar es el arte de volverse pasivo.

Osho A Sudden Clash of Thunder Chapter 5

Comentario:

La receptividad representa lo femenino; es la cualidad receptiva del agua y de las emociones. Sus brazos se extienden hacia arriba para recibir y ella está totalmente sumergida en el agua. No tiene cabeza, no tiene una mente ocupada y agresiva que oculte su receptividad pura y, a medida que se llena, está vaciándose continuamente, desbordándose y recibiendo más. El modelo o matriz de loto que emerge de ella, representa la armonía perfecta del universo, que se vuelve evidente cuando sintonizamos al unísono con ella.

La Reina del Agua trae un tiempo de desapego y gratitud por lo que la vida nos trae, sin expectativas o demandas. No importa ni el deber ni un pensamiento de mérito o recompensa. La sensibilidad, la intuición y la compasión son las cualidades que brillan ahora, disolviendo todos los obstáculos que nos mantienen separados a unos de otros y del todo.